17/10/2021 LaCapital.com.ar (Santa Fe) - Nota

"Hoy la identidad antiperonista es mucho más fuerte que la identidad peronista"

En su reciente libro "En el barro de la historia", Fabio Wasserman hace una profunda indagación en la situación política argentina a partir de un arsenal teórico de gran riqueza. "La izquierda y el populismo de izquierda están en una actitud defensiva", asegura, tras desnudar al macrismo

En la década del 80 el historiador polaco Bronislaw Baczco comentaba con ironía lo escasamente novedosa que era la consigna del Mayo Francés, “la imaginación al poder”. Un poder político desnudo, que se sustente solo en los intereses económicos, en las fuerzas armadas o el convencimiento racional, resulta inviable. Para ser efectiva, la imaginación del poder tiene que estar basada en relatos y contenidos ya consagrados que le den identidad a una sociedad: no se puede imponer artificialmente. Cada sociedad tiene memorias que forman parte de su identidad y que quienes ejercen el poder político deben tener en cuenta si quieren legitimarse. El gobierno del PRO se planteó un imaginario proyectado hacia el futuro, donde el pasado solo era una mochila pesada. Mauricio Macri se aburría soberanamente en los actos patrióticos y lo hacía explícito. Combinaba un desconocimiento supino con un desdén propio de quien está poco interesado en el tema. Su formación en valores empresariales no era apta para los relatos morosos de la historia. Esto se tradujo en política pública, eliminando personajes históricos de los billetes, desairando elementales protocolos de los actos patrióticos y planteando un discurso donde el pasado era siempre negativo. Este imaginario hacia el futuro era una convicción que compartía con su núcleo duro ideológico, tributario del neoliberalismo. Sin embargo, no estaba dirigiendo una empresa (aunque las empresas también tienen sus relatos fundacionales y su memoria), sino un país con una identidad, un patrimonio y una historia. Por lo tanto, se vio obligado a introducir la temporalidad en sus acciones y discursos. Esta es la certeza de la que parte Fabio Wasserman en su reciente libro En el barro de la historia: su hipótesis central es que el macrismo tuvo necesariamente que incorporar la historia a su discurso y accionar. El título elegido trabaja con una analogía: generalmente se habla del “barro de la política” para aludir a lo sucio y manipulador que puede ser el juego político, y en este caso la política −contra su voluntad− tiene que embarrarse de historia. 77997071.jpg −¿Qué motivó a un historiador especializado en el siglo XIX a escribir este libro? −No fue algo premeditado, de algún modo se me fue imponiendo, no fue, como otros libros, el resultado de un proyecto de investigación. Si en algo tiene que ver con mis líneas de investigación es por mis preocupaciones teóricas acerca de las temporalidades, del tiempo y de cómo se percibe en la historia. También con una preocupación ético-política, algo que los académicos, y en particular los historiadores, teníamos un tanto disociado: es como que lo científico iba por un lado y lo político por otro. Pero si tengo que elegir un momento en el que me surgió la inquietud de trabajar el tema, fue en una reunión con estudiantes en 2017 en la Facultad de Humanidades y Artes rosarina. En esa ocasión hablamos de la concepción de la historia que tenía el macrismo, lo que yo veía en ese momento era que había más una idea de futuro que una proyección hacia el pasado. 77997082.jpg −En el libro decís que el PRO tiene una idea de futuro que viene de la izquierda… −En realidad lo que sugiero es algo que se está discutiendo. Entre otros lo hace el sociólogo alemán Hartmut Rosa, que plantea que la izquierda en los siglos XIX y XX tenía un imaginario hacia el futuro, el pasado era lo negativo, había una idea de progreso de la humanidad. La izquierda en el siglo XXI es más conservadora, ya no se propone cambiar radicalmente la sociedad capitalista, sino tratar de que el capitalismo no avance en su faceta destructiva. El neoliberalismo plantea una realidad donde el pasado, el Estado, los actores colectivos cumplen el papel de opresores, el individuo debe liberarse de ellos para poder desarrollarse plenamente. La derecha en general, no sólo el neoliberalismo, se apropió de esta idea de futuro. En el macrismo, a partir del 2013, aparece esta idea muy fuerte de dejar atrás el pasado. Yo cité en el libro varias veces lo que dicen algunos intelectuales que trabajaron para el macrismo, como Durán Barba, que dicen “nosotros somos el futuro”. −¿Esto serviría de autolegitimación para los intelectuales que vienen desde la izquierda o centroizquierda y adhieren al macrismo? −Sí, son algunos intelectuales que se organizaron a través de la revista Seúl o el Club Político Argentino, o Luis Alberto Romero, para hablar de historiadores. Igual a mí me cuesta mucho pensar que esos intelectuales pertenecen todavía a una tradición progresista, cuando terminan justificando las posiciones de Patricia Bullrich a la hora de la disputa política. Ahora bien, esos intelectuales son más sensibles a incorporar una lectura del pasado para legitimar al macrismo, Romero lo plantea con mucha claridad. 77997085.jpg Carl Schmitt. −Romero plantea que ese relato del pasado no debe venir del Estado, sino de la sociedad civil. ¿Quiénes formarían parte de esa sociedad civil? −Ellos (risas). Hay un problema ahí y es que no reconocen ningún tipo de legitimidad a aquello que llaman kirchnerismo, y que incluye diversos actores. Es algo a eliminar… Entonces son pluralistas, son liberales, pero la sociedad civil terminan siendo ellos. Yo hago un chiste y es que te atacan como schmittianos y se defienden como habermasianos. Es decir te atacan como si fueras el enemigo al que hay que destruir, como lo planteaba Carl Schmitt, y se defienden apelando al diálogo como siguiendo a Jürgen Habermas. Por eso la sociedad civil a la que apelan no se sabe bien qué es, ya que queda excluido el kirchnerismo. Además, pensar una sociedad civil totalmente separada del Estado es hoy por hoy una visión un tanto ingenua. 77997084.jpg Jürgen Habermas. −¿Hay alguna tradición historiográfica de las existentes en la que se pueda referenciar el macrismo? −En el libro no trabajé estrictamente la parte historiográfica, pero hay ciertas interpretaciones de historia económica que podrían ser funcionales. No están muy sistematizadas como corriente, y no hablan de emprendedurismo en el pasado, por ejemplo. Son grandes historiadores que no cometerían esa “gaffe”, tampoco van a plantear esa cuestión de que “éramos la quinta economía del mundo”. No son tan burdos, pero cuando hablan de la racionalidad de los actores económicos, ahí aparece. También se presenta por lo que omiten o no dicen. Para poner un ejemplo la llamada “Feliz experiencia”, cuando Rivadavia fue ministro de Gobierno de Buenos Aires, ¿lo fue para todos? Evidentemente no, por eso es interesante ver la participación de los sectores populares en el siglo XIX. De todos modos, esos historiadores son más liberales que neoliberales, porque sí o sí en algún momento les dan lugar protagónico a actores colectivos, algo negado por el neoliberalismo. −¿Cuál podría ser el héroe o el prócer para el neoliberalismo? −El neoliberalismo pone al emprendedor en el lugar del héroe, un héroe que no es político ni militar y es un héroe individual Yo cito en el libro a un sociólogo santafesino que llama al emprendedor como un héroe carismático, porque se trata de lo que hace y de lo que genera como modelo social. El modelo sería Marcos Galperín, por ejemplo, lo que planteó Esteban Bullrich, cuando dijo que la educación tendría que formar para ser un Galperín y que los demás se acostumbren a vivir en la incertidumbre. El emprendedor reemplaza al héroe nacional del siglo XIX y XX, algo que puede tener una referencia en Alberdi, cuando escribe Vida de William Wheelwright, un empresario que tuvo una misión patriótica. −En ese sentido hubo una operación curiosa, que vos analizás en tu libro, que es la reconstrucción como “emprendedor” de la figura de Manuel Belgrano. −En principio a Macri no le interesa la historia, pero como presidente, como líder político tiene que necesariamente referirse a la historia. Ese discurso que dio en el Monumento a la Bandera, en el que se refiere a Belgrano como alguien que superó dificultades, como un emprendedor, es un discurso muy interesante, muy consistente. Se trata de alguien que mira hacia el futuro, y eso hacía sistema con otras figuras que se venían reivindicando y con otras referencias como la resiliencia, la capacidad de liderazgo. Entra todo en ese paquete ideológico, el macrismo es muy ideológico en el sentido de que tiene un sistema de ideas para entender y aplicar a la realidad, y cuando la realidad no le responde la culpa es de la realidad. −En esa ideología, ¿hay nostalgia por algún momento del pasado? −Hay una idea de que en algún momento la Argentina estuvo en la “normalidad”, y que eso se terminó en algún momento. Entonces lo que se trata es de desarmar ciertas instituciones y políticas para volver al cauce “normal”. El problema es cuál es esa normalidad, hasta el 2015 todo lo malo lo había introducido el kirchnerismo. En esto hay dos temporalidades, una corta que le atribuye todos los males al kirchnerismo y otra, que se empezó a plantear desde el gobierno que es la del populismo, y ahí aparecen los famosos setenta años. La pregunta en la temporalidad corta es ¿a dónde volvemos?: ¿al alfonsinismo?, ¿al 2001, al 2003? Y en la larga, ¿a 1945? −La impresión es que los años 90 no son ni siquiera mencionados… −El menemismo está omitido, también está omitido el yrigoyenismo, la mejor época fue la de la generación del 80, y de ahí pasamos al peronismo. Quedan afuera el radicalismo, los 30, también omiten la crisis de 1890. La generación del 80 es la Argentina agroexportadora, blanca, inmigrante, liberal, que es la quinta economía del mundo… Esto se expresa en algunos discursos puntuales, pero es una concepción que está muy arraigada en algunos sectores de la sociedad, nada está dicho al azar ni por desconocimiento. −Sin embargo, algunos intelectuales ligados al macrismo consideran que no hicieron suficiente hincapié en la “batalla cultural”. −Para esa la “batalla cultural” el enemigo es el populismo, y esto se puede explicar con el concepto de Raymond Williams de estructura del sentimiento. Esa estructura es la identidad antipopulista, una sensibilidad en la que hay desprecio y temor hacia la movilización de los sectores populares. Es el temor hacia la igualdad, que no es solo económica, es también que todos podamos compartir los mismos espacios públicos, que todos podamos comprar en los mismos negocios. Y en esto hay una larga historia, ya Mitre planteaba que la del río de la Plata era una sociedad más igualitaria que otras latinoamericanas, en el sentido de que no había tanta distancia entre los distintos sectores de la sociedad. Hay sectores que ven esto con aprensión, como algo negativo, y sintetizan ese igualitarismo en el peronismo. −¿Esta estructura del sentimiento es exclusiva de la derecha? −No necesariamente, puede ser un socialista, un votante del socialismo en Santa Fe de clase media, profundamente antiperonista. Hay un lugar de la sensibilidad, y para definir eso en Argentina tenemos una palabra preciosa que es gorila. Es algo que trasciende los intereses y la ideología, es algo de la sensibilidad. Tenemos una tradición igualitaria, como decíamos antes, y la respetamos, todos tenemos derechos, hasta los sectores más humildes saben que tienen derechos, pero al mismo tiempo hay sectores que consideran que tienen más derechos que otros. Y hoy por hoy la identidad antiperonista es mucho más fuerte que la identidad peronista, a diferencia de lo que podría haber sido durante la Resistencia peronista. −La oposición entre republicanismo y populismo, ¿sería la traducción política de ese sentimiento? −Esta organización de dos campos en populismo y republicanismo desde el punto de vista ideológico no resiste el menor análisis. Lo más parecido al actual populismo es el republicanismo del siglo XIX. Uno puede pensar en una tradición republicana, uno de cuyos componentes fuertes es la idea de comunidad política que está por encima del individuo, que en esto se opone al liberalismo. El republicanismo es una idea afincada en la división de poderes, pero también es la priorización de la comunidad sobre el individuo, la promoción de los hombres en la participación de la cosa pública. Es el sacrificio de lo individual en pos de lo colectivo. Un historiador liberal como Natalio Botana considera que Sarmiento estaba en el bando republicano, opuesto a un Alberdi liberal. Desde ya no es lo mismo que el populismo, el populismo presupone una sociedad de masas que no existía en el siglo XIX. Pero lo del republicanismo es que la comunidad está por encima del individuo, se sacrifica el interés particular en aras del bien común. En eso es opuesto al liberalismo, y ni hablar del neoliberalismo, que prioriza al individuo por sobre todas las cosas. −¿Cuál sería para vos la temporalidad alternativa a la macrista? −El macrismo solo se puede entender en oposición al kirchnerismo, que a su vez pretendía romper con el pasado inmediato de Menem. Los gobiernos de Néstor y Cristina intentaron reconstruir la argentina peronista clásica, ampliaron el mercado interno, pero no eliminaron la matriz de acumulación en la cual es vital el ingreso de divisas. Si un gobierno decide “vivir con lo nuestro” para no depender de ese flujo de divisas, no dura dos días. Para cambiar eso haría falta convencer a una sociedad entera de que no va a poder realizar algunos consumos que son considerados como derechos. La izquierda y el populismo de izquierda están en una actitud defensiva. Sus consignas son: defendamos el medio ambiente, defendamos los sindicatos, defendamos el salario… Hoy el movimiento más revolucionario es el feminismo, ya que se plantea cambiar una forma de vida y proyectarla hacia el futuro. Antes el futuro revolucionario era el socialismo, pero el socialismo ya no es un horizonte de expectativas, es una experiencia que no quedó bien parada. Para la izquierda, es un problema haber perdido ese horizonte de expectativas que se formó con la idea de progreso y del sacrificio presente para que las generaciones futuras disfruten de un mundo distinto. Y en esto el macrismo calzó perfectamente ya que plantea un futuro vago, impreciso, partiendo de las expectativas de progreso individuales. Cómo escribe Fragmentos de “En el barro de la historia” El desinterés por el pasado y la orientación futurista pueden atribuirse a una concepción posideológica del orden político y social que, entre otras fuentes, abreva en el discurso meritocrático neoliberal para el cual el pasado expresa las trabas materiales e ideológicas que les impiden a los individuos desplegar todo su potencial. Pero también fue una táctica para distinguirse del kirchnerismo, que le había dado una gran importancia a la historia argentina y latinoamericana tanto en la construcción de su identidad como en sus políticas gubernamentales. En efecto, el kirchnerismo –y sobre todo el cristinismo– promovió una recuperación activa del pasado enmarcada en una perspectiva revisionista de izquierda que, con distintos énfasis y matices, reivindica la participación de las masas en la revolución de independencia y en las guerras civiles del siglo XIX, al caudillismo, al federalismo, al peronismo, a la juventud y a la militancia revolucionaria de las décadas de 1960 y 1970, a la instalación del reclamo de soberanía sobre las islas Malvinas en el centro de la agenda política nacional e internacional, y a las luchas por los Derechos Humanos contra la dictadura que gobernó a Argentina entre 1976 y 1983. La potencia de esta interpretación del pasado nacional, en la que por momentos conviven Juan Manuel de Rosas y las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, fue advertida por varios intelectuales opositores al kirchnerismo. •• Así como no hay una única forma de relacionarse con el pasado, tampoco hay una única forma de plantear esa diversidad. Ese vínculo puede darse a partir de una intencionalidad, un interés o un posicionamiento político e ideológico, ya sea para recuperar hechos, figuras y fenómenos dignos de recuerdo o de repudio, o para entender procesos que expliquen cuestiones relevantes del presente. También se puede recurrir al pasado para satisfacer una curiosidad, por un afán erudito, o porque se considera que debe ser parte de la cultura general, tal como se pone a prueba en algunos juegos de preguntas y respuestas. Hay, asimismo, otras formas más recientes de recuperación del pasado considerado como una cantera de imágenes, símbolos o figuras que pueden ser utilizados como clichés deshistorizados en el marco del proceso de mercantilización y espectacularización de la experiencia. Vale decir, desgajados de toda trama, experiencia o proceso histórico y, por eso, pasibles de ser convertidos en objetos de consumo cultural, ideológico y/o irónico. •• Volvamos a los festejos por el Bicentenario de la Declaración de la Independencia el 9 de julio de 2016. De modo previsible en esa coyuntura se produjeron numerosas publicaciones de organismos gubernamentales celebrando ese acontecimiento, tal como lo hizo el Programa Buenos Aires Emprende del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que publicó un tweet en el que calificaba a sus protagonistas como “los primeros emprendedores”. Se trata de una valoración positiva y admirativa que reivindicaba a los forjadores de la Nación pero que no terminaba de encajar del todo en los cánones interpretativos de la historia patria tradicional. Para poder entender cuál era su sentido preciso resulta necesario retomar lo señalado en el capítulo anterior en relación con el cambio cultural. Recordemos brevemente el diagnóstico y la solución: el desmesurado peso del pasado sobre el presente dificulta o impide desarrollarse con éxito en un mundo signado por el cambio constante, por lo que se hace necesario terminar con estructuras caducas y reformular los valores que orientan a las acciones individuales y colectivas. Como en todo proceso de transición, el macrismo también postuló o tomó como modelo a un sujeto capaz de ser portador de ese cambio: el emprendedor. Bio Fabio Wasserman es licenciado y doctor en historia por la Universidad de Buenos Aires. Es investigador independiente del Conicet en el Instituto Ravignani, y docente de grado y de posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de San Martín. Su área de especialización es la historia política, cultural e intelectual argentina e iberoamericana (siglos XVIII y XIX). Además del libro que es motivo de esta nota, En el barro de la historia. Política y temporalidad en el discurso macrista (SB editores, 2021), publicó Entre Clío y la polis. Conocimiento histórico y representaciones del pasado en el río de la Plata (1830-1860) (Teseo 2008), y una biografía de Juan José Castelli, De súbdito de la corona a líder revolucionario (Edhasa, 2011). Es porteño y vive en el mítico barrio de Parque Chas.

#29548532   Modificada: 17/10/2021 05:36 Cotización de la nota: $52.000
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